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22/9/10

PANDEMÓNIUM


Pandemónium: Se considera la capital imaginaria del infierno. También se dice de un lugar en que hay mucho ruido y confusión.

Los funcionarios son presentados en sociedad como los mercenarios (apoyados en el quicio de la pereza y la cafetería) de imagen antipática de la codiciada plaza en propiedad, y más en tiempos de paro y estrechez económica. Dispone una encuesta, susto da, que dos tercios de los universitarios españoles, cuando acaben la carrera botellón mediante, sin importarles un carajo lo que hierve en los mentideros sobre los servidores públicos, aspirarán a ser súbditos, oposición mediante, del reino numerario de los funcionarios. Sin embargo los agentes contra incendios solemos ser funcionarios que conservamos, hasta hoy, el garbo de una lustrosa imagen y un cierto prestigio (aunque a veces no tanto). Por eso, quizás debido a una borrachera de autoestima y autoconfianza, en nuestro Parque de Bomberos, donde parece que la falta de cordura se ha adueñado del manicomio, se aplica la tendencia a la inversa: somos funcionarios (de servicios especiales u oficios) y ahora pretenden habilitar en competencia y dignidad a nuestros mandos en la Universidad, lejos de su centro de trabajo: los vehículos de emergencia. Porque, a diferencia de lo que se negocia en los campos de batalla sindical de casi todo el país sobre nuestra carrera profesional, las pruebas de ascenso a Sargento operativo (o no) requerirán en Granada Diplomatura universitaria, sea la que sea: empresariales, magisterio o la que estudian los dentistas. Se supone así que sufriremos, o permaneceremos al socaire, de mandos mejor cualificados, jóvenes (o no tanto), aunque sobradamente preparados. Por esta causa tenemos a una parte de la plantilla estudiando como si nada, a otra estudiando cómo no hacer nada, y al resto nadando en risas por los que estudian, mientras el irresponsable responsable desde la impunidad de su hornacina giratoria, no hace nada (salvo calvos de Norte a Sur) y se ríe de todo, y de todos. Un vodevile.

La formación profesional, propia de los oficios, la hemos almacenado en la papelera y derivado de un plumazo al forro de los cojones. La experiencia queda sólo para la primera vez, cuando dubitativos palpamos pelillos venéreos y mollera y ciruelo hicieron masa, lo que hizo saltar el automático en menos de lo que canta un gatillazo. Parece que a partir de ahora la intervención del siniestro se liderará, no a pie de obra, sino mediante mando único arrellanado en sillón de Gabinete de Crisis con joystick en mano en modo zambomba, y el aprendizaje individual obligatorio (precepto de un oficio), de naturaleza limitada en los seres humanos y que en exceso es simiente de ansiedad (antesala de enfermedad), lo invertiremos bostezando en picado sobre los libros de la UNED, por correo o Internet; o desde la grada de un aula del campus. La formación directa sobre incendios y el trabajo en equipo se diluyen en un segundo o tercer plano. Fomentamos la ajena industria académica y liquidamos por cambio de negocio nuestra carrera profesional, mientras doblan las campanas por los Parques de bomberos y los integradísimos soldaditos de plomo de la UME nos dan estiba hasta en el trasero del organigrama funcional. Virgencica, Virgencia, ahí nos las den todas.

¿Pertenecemos a un oficio o no? Se habla de que alguien tiene oficio cuando prueba que posee experiencia y formación, al haber adquirido la destreza en su labor gracias al ejemplo y a la enseñanza necesaria de maestros. Alguien también domina su oficio debido a la repetición de las rutinas y su consiguiente automatismo. Así mismo se considera que un individuo posee oficio cuando infiere sus conocimientos a situaciones reales, no encapsuladas, siempre cambiantes, y no por haber sufrido aprendizajes fuera de contexto, como es el caso de rellenar formularios y pizarras; el buche de anfetas, chuletas o rabillos; y de vivir con intensa devoción la madrugá bajo palio de flexo. Si centramos nuestro sistema de ascenso en enseñanzas regladas obstaculizamos en los oficios la infusión de la experiencia (la madre de toda ciencia), aquella que en nuestro caso es nutrida por las tempestades que surgen del siniestro, donde la incertidumbre y el azar reparten sus propias cartas, donde no es suficiente tener buenos naipes (sino saber jugarlos), donde los dados tienen vida propia. Lo no reglado no se aprende en los libros. Licenciada la carrera profesional particular, favoreceremos la entrada de rebote de aprendizajes disecados, de frases-cliché y de especialistas en comentarios de texto y en recitar al dedillo al Cohello, al Ortega y a su amigo el Gasset. Ideas de piñón fijo y tolerancia cero que son el non plus ultra del conocimiento huero, saber vacuo que mezcla churras con merinas, fanegas con arrobas, Charlie Parker con Luis Cobos, Stallone con Val de Omar y Sangre de Toro con Revoltosa: un disparate. No se preña a una mujer con buenas palabras y sólo con mirarla.

¿Quién o quiénes deciden el camino a seguir? Argumentos hay variopintos, tantos como realidades individuales, tantos como mentiras. Pero, ¿hay alguien que tiene especial interés en que lo expuesto anteriormente sea así, o somos nosotros mismos los que luchamos por apoderarnos del timón de la caprichosa nave del Parque de Bomberos, esa que ahora mismo navega por un mar bravío y hosco? Y: ¿con qué interés? ¿Con el de dejar un legado para la colectividad, o abordar el barco y capturar el botín (a qué pasar hambre, si es de noche y hay higueras)? Hay quiénes piensan que todo es debido a que ahora pertenecemos al grupo C y que debemos seguir de esta guisa subiendo por la escalera del grado y del grupo de los funcionarios; así creceremos... O lo harán nuestros cuernos y que cada gato se lama su sardina. Siguiendo el razonamiento, intentemos ser coherentes: el cabo (y los bomberos, y bomberos-conductores, y bomberos-telefonistas –perdón, bomberos a cargo del teléfono–, y bomberos-oficinistas –perdón, bomberos a cargo de los requerimientos–, y bomberos-corpuleros o –sin perdón de Dios– bomberos a cargo del Corpus), pertenecen al grupo C; el Sargento, grupo B; el Suboficial, Titulado Superior o grupo A (y ya no cuadran las cuentas); y el Jefe..., (nada por aquí, nada por allí, redoble y ¡alehop!)..., Doctor en lo que sea. ¿Lo pillan? Y es que debemos adaptarnos a la norma con dos coherentes cojones haciendo un pan como unas hostias. Virgencica...

La coherencia de la norma es una falacia, una escaramuza oportunista. ¿Se adaptaron nuestros abuelos a la Ley de Fugas? ¿Aceptamos sin más las normas que regulan China o Cuba? ¿Simpatizamos con las leyes de exclusión xenófoba del nacional-socialismo? Vamos, vamos, el que quiera tragarse el anzuelo que lo haga; con el paso del tiempo se dará cuenta que ha engullido también el plomo, el carrete y la caña (a ver quien cisca luego). La legislación y la normativa tienen la función de regular la convivencia: la norma debe adaptarse a las personas y a sus circunstancias, y no sólo al contrario. Debe primar el interés general y no el privado. Si soy propietario de un bosque milenario, por mucho que me pertenezca, no tengo derecho a talarlo por capricho o lucro; ahí es cuando la comunidad interviene y regula, normatiza y legisla, para evitar cualquier tipo de desmán. La norma también debe ejecutarse con sentido común, con arte y elegancia. Aplicar legislación pensada para la Administración General sin matizaciones en el ámbito de la Administración Especial, donde entre otras profesiones y oficios se encuadran policías y bomberos, es una aberración, es una recua de elefantes en una cacharrería minada. Probablemente aterrizaremos en el mismo punto que lo ha hecho la Junta de Andalucía, donde hay gestores de talleres de restauración adscritos a monumentos que son patrimonio de la humanidad, que ordenan aplicar Titanlux sobre las puertas mozárabes (pa´ que no se pudran) o electricistas que intentan enroscar bombillas empujando sobre el casquillo y que preguntan al Google qué coño es una ficha de empalme. Saber de algo es una cosa y sostenerla es otra. No queda tanto para que el Parque de bomberos llegue a esta situación, si es que no ha llegado ya, campo abonado de errores que por frecuentes llegarán a formar parte de nuestro paisaje de forma natural, igual que el habernos acostumbrado a la suciedad, al caos y al Sandevid; y así nos encontraremos que agarramos el batefuegos por la zona ancha, que entramos a los incendios sin doblar la raspa, que manejamos una navaja suiza como el que levanta una mancuerna, que buscamos desenfrenadamente el cargador de la pala, que consideramos que el as de guía es un bombero-conductor que es un monstruo al volante y que necesitamos a un zahorí para dar con un hidrante. Quizás lo veamos en otoño (Pa´toño), o en enero (Pa´nero). Conteniéndose la risa y frotándose las manos están las musas tras los visillos: el esperpento será inagotable: gracias.

Me pregunto el porqué de la tendencia a delegar y a perder aspectos fundamentales de nuestra profesión. ¿Por qué la carga competencial de los Servicios de Bomberos emigra (bonito, barato) en cayuco hacia otras costas? ¿Por qué se han desplazado las fronteras de nuestras funciones hacia otras latitudes de la Administración? Quizás nos hemos dejado absorber debido a una OPA hostil, lanzada por el Ejército, la Universidad, Protección Civil, el INFOCA..., entidades que en su descargo nos torpedean en gayumbos sólo para sobrevivir o ganar mercado, ampliando el territorio de sus competencias a nuestra costa, con el beneplácito de la clase política y el suicidio lento que produce nuestra sumisión cómplice, tanto monta. ¿Cómo tendríamos que defendernos? Podríamos sublevarnos estratégicamente y abrir el abanico de nuestras competencias lanzando a su vez otra OPA (las gallinas que salen por las que entran, o viceversa) de naturaleza amiga, de buen rollito fashion y sin complejos, a la ONG Payasos Sin Fronteras y así hacer relevos de farándula y solera comenzando con el clásico "¿Cómo están ustedes?" (que lo cortés no quita lo valiente) y entonando a capela acto seguido "Había una vez un circo que alegraba siempre el corazón chimpón y a la bim y a la bam..." ¿O quizás era un Parque lo que había?

Por otro lado (lagarto, lagarto...) hay argumentos de fanfarria y de leguleyo de punto filipino, sospechosamente interesados, y peligrosamente sospechosos: fulanito tiene título y es "enrollao"; menganito no y es un "inútil". La tribu garbancera de los que "creen, pero no piensan", los del hisopo de napalm y la demagogia de todo a un euro, las huestes que tienen los ojos vueltos hacia adentro y los párpados cosidos, la peña flower power que sueña exclusivamente –carpe diem– en el aquí y en el ahora, los trileros de la milonga y premisa "oye, qué hay de lo mío", los de la sentencia "que se jodan y estudien". Para el que escribe estas líneas, sin mentar pucherazos pasados y reparto de alternativas, el mismo nivel de perversidad tiene manipular plazos para que compañeros no se presenten a cabos, que presionar para que haya cabos que no puedan hacerlo a Sargento por falta de titulación, no así de experiencia profesional. En el futuro estos razonamientos peregrinos se desplomarán y nos sepultarán, como lo hiceron los almacenes Arias, que más que por fatiga del material se desarmaron sobre los desgraciados bomberos madrileños por falta de formación y saber práctico: investigue por favor en las hemerotecas y videotecas y comprobará por qué estos agentes están criando malvas. Tiempo al tiempo, que todo (o casi todo) lo pone en su lugar. Esta es la ruina que vamos a dejar; toco a rebato por ello desde el campanil del Parque Norte, a ver si acude en el último momento el Séptimo de Caballería, el Lobatón y el Grupo de Rescate, si su currículum no lo impide.

Habría que cuidar y dar cuartelillo a las personas con las que viajamos, y no negarles el pan, la sal, la promoción y la dignidad, porque quizás se pierdan buenos mandos por el camino (o por lo menos aceptables), tal vez algunos de rompe y rasga. Así habrá algunos mandos intermedios abandonados en la isla de los chusqueros, conducidos al redil de la desidia, refugiados en el aprisco de la resistencia aparentemente numantina y caprichosa: la antesala del quemado; pasarán de capitán en el puente rector, infierno de la responsabilidad, a galeote anónimo en el infierno olvidado y hacinado de la bodega. Además, cuando alguno de estos es conducido a dique seco viento en popa a toda vela, posiblemente estará arropado por los correligionarios que creen en él, cimarrones de pifostio fácil dispuestos a echar con la autoridad, con plena autoridad moral, pulsos a diario: un continuo "Parquemónium". Se hundirá lastrada la experiencia, mientras ya sabemos lo que saldrá a flote. Y ya puestos podríamos aplicar lo que antiguamente hacía el ejército británico, pagar por ascender, como si al haber comprado el símbolo se hubieran apropiado del contenido, de la competencia y del prestigio. El pardillo, joven, aunque sobradamente acaudalado, llegaba al techo de su incompetencia por el bolsón y la vía rápida. Si aplicamos este método, podríamos montar un Domund y el dinero recaudado, menos el porcentaje tácito, podría servir para seguir carrozando nuestros vehículos en Galicia caníbal, oé. ¡Ay `má´, qué susto!

Lo sencillo, lo zafio, lo fácil, lo hortera, es aplicar las estructuras de formación ya existentes con objetivos diametralmente opuestos al nuestro, por ejemplo la universitaria (la factoría de parados más importante de España), y no apostar ni invertir en la carrera profesional ad hoc de los agentes contra incendios o no crear estructuras nuevas donde se ofrezca a los Servicios de
Emergencia una formación adecuada. Y defender a capa y espada sistemas de acceso y ascenso que no tengan que ver con nuestro trabajo cotidiano, y así nos coman las moscas muertos en vida. Virgencica, Virgencica, que nos quedemos como estamos, y no nos volvamos como los que piensan que los locos son los de afuera.

Cardenio

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